martes, 11 de mayo de 2010

¡NO SIENTO LA PIERNA!

¡NO SIENTO LA PIERNA!(EL MARICHALAZO)Pero sin prisas, que a las misasde réquiem nunca fui aficionado,que el traje de madera que estrenaré no estásiquiera plantado,que el cura que ha de darme la extremaunción noes todavía monaguillo...A mis cuarenta y diez (19 días y 500 noches)«El día que imaginé un futuro en silla de ruedas, mepareció que la vida así no era digna de ser vivida.»Con la falsamente testamentaria A mis cuarenta y diez, canción incluida en eldisco que le hizo ingresar en el Olimpo musical hace ahora seis años, 19 días y 500noches, Sabina quería que aquellos carroñeros que tanto especulaban sobre sucada vez más achacosa salud, consecuencia de sus no muy variados pero síconsuetudinarios excesos, supieran que aún quedaba mosca cojonera para rato.Sin embargo, tan sólo dos años después, concretamente la madrugada del 23al 24 de agosto de 2001, ingresó en una clínica de Madrid a causa de un ictuscerebral que hizo pensar lo peor. Sobre todo a los medios de comunicación, que seapresuraron a dar la noticia como si su desaparición terrenal fuese cosa de horas,por no decir minutos. Máxime cuando hacía apenas un mes que había canceladodos veces consecutivas una lectura de poemas en Barcelona, dentro de laprogramación cultural del Grec, aquejado de una úlcera estomacal, su «úlceraclásica».Pero por fortuna para su legión de adoradores y para desgracia de loscoleccionistas de esquelas de personalidades harto incómodas, la lesión cerebral sequedó en un mero aldabonazo, y Sabina, viejo lobo de secano con tantas cicatricesen el alma como en la magra osamenta, volvió a la vida con la en principiosaludable intención de sentar la cabeza.¿Lo consiguió? Digamos que a medias.Pues olvidó la lección «a la vuelta de un coma profundo».J. S.: Había ido a cenar con Rosa León, José Luis García Sánchez y los VíctorBelenes [Víctor Manuel y Ana Belén], y después les invité a tomar una copa en casa.Yo quería lucirme ante ellos mostrando mi buena salud, porque llevaba cuatromeses sin meterme una raya y la verdad es que me encontraba muy bien.Estuvimos hasta las tres o las cuatro de la mañana. Luego, cuando se marcharon,estuve pintando un rato porque aquello coincidió con una época en la que megustaba meterme en una habitación con unos óleos y pintar. Por cierto, muy aposteriori pienso que también el veneno ese que desprenden los óleos en unahabitación cerrada durante horas pudo tener algo que ver con lo que me pasó. Heleído explicaciones médicas de que a Van Gogh y a otros los mató el aspirar ese oloren habitaciones muy cerradas.J. M. F: ¿Crees en serio que eso pudo contribuir a tu ictus?J. S.: La verdad es que no [ríe]. Porque lo último que recuerdo de aquellanoche, antes de despertarme, es que iba por el pasillo hacia mi habitacióntrastabillando y tocando las paredes, y muy, muy, muy, muy, muy borracho. Teniendoen cuenta además que acababa de dejar la coca, con sólo aspirar el corchoescocés me emborrachaba.»El caso es que no sé a qué hora, creo que eran las cinco de la mañana, medesperté muy alucinado. Tenía la cabeza a los pies de la cama. Quise levantarme eir al baño, y noté que no podía. Tenía la pierna y el brazo derechos absolutamenteparalizados, pero sin el más mínimo dolor. El dolor, dicen los médicos y los filósofosde la medicina, es lo que te avisa, claro, de que algo pasa, como la fiebre. El caso esque no noté dolor alguno. De hecho, la pierna y la mano paralizadas realmente lasnoté tres días después, esa noche no. Porque, como te digo, me había acostadomuy borracho y debía de tener una resaca de muerte. Cuando noté que no podíalevantarme, grité: "¡Jime! ¡Llévame a un hospital, no me puedo levantad", como losde Mecano [risas]. Llegamos al hospital y yo, que soy de muy poquito comer, meventilé dos bocatas acompañados de una cerveza.J. M. F: Y ¿Jimena? ¿No se desmayó ante semejante espectáculo?J. S.: No, pero luego me contó, a toro pasado, que hubo cosas muy graciosas.Me lo contaron ella y otras personas. Por ejemplo, cuando llegaron Víctor Manuel yAna Belén a las seis de la mañana al hospital. Ana me contó luego, con muchagracia, que Víctor había exclamado [pone voz solemne y lastimera]: «¡Quién nosqueda ya!», y Ana le tranquilizó diciéndole: «¡Tú, Víctor, tú!» [Risas.] ¡Me daban pormuerto, los muy cabrones!»Por cierto, le recomiendo a todo el mundo los infartos cerebrales. Porqueanestesian. Es decir, sólo me derrumbé cuando al tercer día me quise incorporar yme tuvo que llevar la Jime a mear y bajarme los calzoncillos. Eso a los de mi pueblono nos gusta nada. Y ahí me se cayeron lágrimas como melones. Sentado en la tazadel váter, le dije a la Jime: "Así no. Así no quiero seguir." Pero a los dos días empecéa mejorar de una manera sorprendente. Y ahora, por favor, pasemos a la siguientepregunta.J. M. F.: La siguiente pregunta es si ese suceso cambió tu vida.J. S.: Sí, sí la cambió. Pero también tengo que decir que en el lado más visible,más popular y más callejero, eso había pasado un año antes. Yo me había retiradoclarísimamente de los bares, como antes te he dicho, y tú sabes, antes de empezara escribir con Antonio Oliver 19 días y 500 noches. Es justo un año antes. De lacoca, cuatro meses antes. Y luego la isquemia me retiró de más cosas. Aunquedespués volví a todas menos a la de la nariz.

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